viernes, 11 de septiembre de 2015

¿Y después de París?




Casablanca (1942), dirigida por Michael Curtiz



Puede que un hombre y una mujer estén más cerca el uno del otro cuando 
no viven juntos y cuando simplemente saben que existen, y están agradecidos por existir 
y por saber el uno del otro. Y solo con esto les basta para ser felices. 
Te agradezco, te agradezco que existas.

Milan Kundera


Dicen que los verdaderos amores son los amores imposibles, los amores ausentes. Esos que no se someten a ningún desgaste físico ni emocional, que son capaces de luchar contra las trampas del tiempo y se quedan atrapados en un plano congelado de nuestro pasado, como si fueran un gif de los que ahora están tan de moda.

Llegado un cierto momento en la vida, todos coleccionamos algunos de esos amores. Y las palabras de Kundera, tras una primera lectura, consuelan, pero no pasado un rato. Me recuerdan al famoso diálogo del final de Casablanca, cuando Bogart le dice a la Bergman que coja el avión y se vaya con su marido, que siempre les quedará París, bla, bla, bla. Pues no, querido. París estuvo bien, pero ¿por qué no seguís con Berlín, Roma o Nueva York, o simplemente os quedáis en Casablanca? Y si el presente desdibuja el pasado y deposita una pátina de polvo y le hace perder el color, bienvenida sea la realidad.

¿Cuánto tiempo hubiera aguantado la Bergman en el trasnochado y humeante bar de Bogart, con Sam tocando la misma cansina canción todas las noches? Nunca lo sabremos. Solo nos quedan las palabras de él enviándola a Europa con viento fresco y la mirada desconsolada de ella. Estoy segura de que Ingrid hubiera preferido una dosis de realidad decepcionante y esclarecedora en el norte de África que tanta ausencia en la aburrida y gris Europa con un marido más aburrido y gris todavía.

Bogart no sabía que  una acaba por cansarse de coleccionar fantasmas, por muy bonito que fuera todo en París.




domingo, 30 de agosto de 2015

Extraños compañeros de viaje


Men Walking in the Woods by MSN Clipart



Sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta,
 y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Oliver Sacks


Me llega la noticia de la muerte de Oliver Sacks pocos minutos después de saber que uno de mis tíos también ha fallecido. Los dos han muerto de un cáncer irreversible. Oliver Sacks tuvo tiempo de ordenar su vida antes de decir adiós, mi tío se fue sin saber que abandonaba este mundo.

La muerte propicia extraños compañeros de viaje. Me imagino a estos dos seres tan dispares intercambiando impresiones durante ese trayecto del que nada sabemos. Ambos sabios, con una sabiduría adquirida de manera tan distinta. Mi tío estaba tan atado a la tierra que no sabía vivir de otro modo, era como un árbol, rugoso y enraizado, fuerte e indomable, hermoso. Todo lo que sabía lo aprendió de la naturaleza, de las nubes, de la dirección de los vientos, de los animales. 

Oliver Sacks era neurólogo y escritor. De esos seres que no se conforman con saber si no pueden compartirlo. Nos deja páginas con las que ayudarnos a comprender el mundo, los misterios de la 
mente humana, ese territorio tan vasto y tramposo.

Lo que daría por presenciar la conversación que deben de estar compartiendo estos dos hombres sabios. Buen viaje.

lunes, 17 de agosto de 2015

Los viajes, el final del amor y Richard Yates


Art credit: Pascal Campion



Hace tiempo que durante mis viajes hago un ejercicio involuntario en los aeropuertos, en los monumentos, en los restaurantes, en los paseos junto al mar, durante esas puestas de sol que en algunos destinos turísticos se han convertido en un espectáculo colectivo de celebración de la vida: observo a las parejas en tierra extraña y me pregunto si son felices. Si su relación acaba de empezar y ese viaje es la prueba iniciática; si estar juntos es algo tan natural que no existen dudas sobre la conveniencia de uno en la vida del otro; si ese viaje es un intento por salvar algo que se muere, si lo lograrán, o si, por el contrario, ni siquiera tanta belleza evitará el final.

Dicen que septiembre es el mes de las rupturas, lleguen estas a verbalizarse o no, a materializarse o no. Los más impulsivos toman la decisión durante las vacaciones y el regreso no es solo a su lugar de residencia, sino a una nueva vida. Los más precavidos empiezan a plantearse el cambio y se dan el otoño como tiempo de reflexión; darán el paso, si el frío y la perspectiva de un largo invierno en soledad no los acobarda, antes de Navidad. Otros, nunca, o quizá el próximo año. Lo dicen las estadísticas.

Cuando observo a esas parejas alejadas de la rutina, del ceremonial del día a día, sin nada más que hacer que dedicarse al otro y ser felices, sin lograrlo, siempre pienso en el escritor Richard Yates y en Emily, el personaje de su novela Las hermanas Grimes. Sarah y Emily, esas hermanas destinadas a no ser felices; la primera, encerrada en un matrimonio desgraciado, la segunda, buscando incesantemente un amor que no llega. Es Emily la que se jura a sí misma, durante un viaje con su último amante, que jamás volverá a viajar con alguien de quien no esté enamorada. Siempre lo he considerado un buen consejo.

domingo, 12 de julio de 2015

La mirada de Omar




Doctor Zhivago (1965) de David Lean. Música de Maurice Jarre



La muerte de Omar Sharif esta semana me trajo de vuelta a Yuri Zhivago y la mirada líquida del "galán del desierto", como bautizaron al actor, que poseía unos ojos que difícilmente podían traicionar un sentimiento. ¿Los hombres todavía miran así? He visionado de nuevo escenas de la película, en la que el negro acuoso de la mirada de Sharif hacía empalidecer el sistema de filmación Metrocolor utilizado por la Metro-Goldwyn-Mayer. 

Una de mis escenas favoritas es la del tranvía, que Yuri coge a la carrera para alcanzar a Lara. ¿Los hombres todavía persiguen a un amor como si les fuera la vida en ello?

Sharif vivió en hoteles las últimas décadas de su vida, con pocas posesiones. Nació cristiano y se convirtió al islam para poder casarse con la actriz Faten Hamama, a la que estuvo unido durante casi dos décadas y con quien tuvo a su único hijo. El galán egipcio ha muerto en El Cairo sin memoria apenas cinco meses después del fallecimiento de Faten, a la que siempre consideró el gran amor de su vida. No es un justo final. 



miércoles, 24 de junio de 2015

Diez lecturas de verano




Art credit: Claude Nori


Llega el verano y, con él, un acuerdo tácito con el tiempo que lo despoja de horarios fijos y encuentros previsibles. Si el destino se resiste y lo inesperado no sucede, aquí tenéis unas cuantas lecturas deliciosas. Pero si la vida os sorprende, está permitido posponerlas hasta que llegue el otoño.

Feliz verano.


El jardín de los Finzi-Contini de Giorgio Bassani (Tusquets)

El año del verano que nunca llegó de William Ospina (Literatura Random House)

La isla de Giani Stuparich (Minúscula)

La chica que cayó del cielo de Simon Mawer (Lumen)

El camino cruel. Un viaje por Turquía, Persia y Afganistán con Annemarie Schwarzenbach de Ella Maillart (La Línea del Horizonte)

Un otoño romano de Javier Reverte (Plaza & Janés)

Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia de María Belmonte (Acantilado)

El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer (Austral)

Todo lo que hay de James Salter (Salamandra)

El tiempo que nos queda de Justin Go (Lumen)



domingo, 21 de junio de 2015

No te olvides de comer






«No te olvides de comer.»

Jeanne-Claude Denat a 
Christo Vladimirov Javacheff


Como cada mañana de domingo desde que disfrutan de su descanso estival, mis padres me han llamado por teléfono. Hoy le ha tocado a mi padre. Tanto él como mi madre están en esa edad en la que los problemas ya no les preocupan si no son realmente graves. Y los míos, según su  medida actual de las cosas, no lo son. Y tienen razón.

Mi padre se ha reído cuando le he dicho que mi vida se parece cada día más a una mala novela chick lit, de esas en que la protagonista no se encuentra a sí misma en el arranque, pero acaba hallando alguna respuesta al final con ayuda de sus amigas, del pesado de su ex y de un nuevo amor por el que no hubiera dado ni un duro al principio. En mi vida existen todos esos elementos, pero el desorden es tal y la comedia dura tanto, que ha perdido la gracia.

Mi padre se ha despedido precipitadamente con un beso y con un «no te olvides de comer». ¿Qué cosas urgentes le reclamaban un domingo por la mañana en plenas vacaciones? Ese recordatorio de la importancia de alimentarse bien bajo cualquier circunstancia me ha recordado a Jeanne-Claude, la fiel compañera ya fallecida del artista Christo –el que cubre edificios y paisajes con telas kilométricas–. En un documental que vi hace años, mientras su pareja estaba enfrascada cubriendo el Reichstag de Berlín, ella solía llamarle, aunque estuviera en la otra punta del mundo, para recordarle que tenía que comer.

Llegada una edad, pocas cosas son realmente importantes. No hay crisis que no se supere con ricos manjares y con el sabio consejo de que, nos consuma o no la preocupación, lo importante es no perder el mundo de vista. 

lunes, 1 de junio de 2015

Por las noches antiguas y la música lejana




The Brigdes of Madison County (1995), dirigida por Clint Eastwood 
y basada en la novela de Robert James Waller




Clint Eastwood acaba de cumplir ochenta y cinco años, y su película The Brigdes of Madison County ya va camino de las dos décadas. Haciendo cuentas, eso significa que leí la novela con dieciocho y vi la adaptación cinematográfica un par de años después. No sé si la novela y la película aguantarían el paso del tiempo si volviera a hacer ese viejo e inquebrantable pacto con la ficción que hacía entonces, sin yo saberlo, para que alguien más sabio me adelantara algo sobre el futuro. Nunca se hace tan en serio ese pacto como en la adolescencia y en la temprana juventud. Eso lo sé ahora.

En su día me gustó más la novela. Me sobrecogió la escena del coche bajo la lluvia, cuando la protagonista que más tarde tendría ya para siempre el precioso rostro de Meryl Streep ve alejarse a ese hombre que, en apenas unos días, le ha regalado una vida entera. Con mis dieciocho añitos, sin sospechar el dolor que causa decir adiós a otras vidas posibles, y sin saber que no se muere una, sino muchas veces (precisamente cada vez que decimos ese adiós), se me hizo un nudo en el estómago. A esa edad intuimos mucho y creemos que sabemos poco, pero en realidad no hay mucho más que saber, lo que viene después es una mezcla de resignación y autoconvencimiento de que para madurar hay que tomar las decisiones correctas. Solo décadas después nos damos cuenta de que únicamente se trataba de ser valiente.

A los dieciocho años me prometí a mí misma que, si llegaba a sucederme algo parecido, abriría la puerta y correría bajo la lluvia. En veinte años he estado dos veces en esa encrucijada; sin coche ni lluvia, pero con el mismo nudo en el estómago que advierte de que se ha parado el reloj y de que lo que viene a continuación, sin anunciarse, es la vida. Las dos veces abrí la puerta. Lo que había detrás no resultó ser la felicidad incondicional, eterna y sin tropiezos, pero nunca me he sentido tan viva como entonces. 

Solo quien alguna vez se ha atrevido a abrirla brinda en secreto con estas palabras: "To ancient evenings and distant music...". Al otro lado no suele esperar un "fueron felices para siempre", pero sí noches que algún día serán antiguas y una melodía lejana, esa que suena de nuevo cuando hay que brindar por las cosas importantes.

martes, 21 de abril de 2015

¡Más libros, por favor!







Una lista de deseos (muy personal) para Sant Jordi 2015:


Vida de familia, Akhil Sharma (Anagrama)

La sombra del mundo, Nir Baram (Alfaguara)

El arquitecto del universo, Elif Shafak (Lumen)

Reparar a los vivos, Maylis de Kerangal (Anagrama)

Lo contrario de la soledad, Marina Keegan (Alpha Decay)

Gran Cabaret, David Grossman (Lumen)

Ciudad de Bohane, Kevin Barry (Rayo Verde)

Mad Men o la frágil belleza de los sueños en Madison Avenue, VV.AA (Errata Naturae)

Para acabar con Eddy Bellegueule, Édouard Louis (Salamandra)

Las dos señoras Grenville, Dominick Dunne (Libros del Asteroide)

Capitán Twain, Marc Siegel (Principal de los Libros)

Aprendizaje o el libro de los placeres, Clarice Lispector (Siruela)


martes, 14 de abril de 2015

Todos los nombres





En un lunes triste nos han dejado Günter Grass y Eduardo Galeano. La letra "G" ha perdido vigor, mirada crítica, estrategias para conjurar nuestros anhelos. En una semana también triste de febrero de 2012, nos dejaron tres sabios ilustres: la poeta Wislawa Szymborska, el médico y escritor Andrzej Szczeklik y Antoni Tàpies. En su recuerdo escribí este artículo [añádanse Galeano y Grass a la letra "G"].


En apenas una semana, tres sabios nos han dejado sin haber resuelto todas nuestras dudas: la poeta polaca Wislawa Szymborska; su compatriota, el médico con inquietudes artísticas y escritor Andrzej Szczeklik; y el artista Antoni Tàpies.

Szymborska, conocedora de las trampas del tiempo, ya había escrito su epitafio, que dice así: “Debo mucho a quienes no amo […]/Gracias a ellos vivo en tres dimensiones […]/Ni siquiera imaginan/cuánto hay en sus manos vacías”. Releer este poema me ha hecho pensar en la lista de personas que, sin saberlo, te salvan la vida (o algunos momentos, que viene a ser lo mismo) y a quienes nunca les damos las gracias.

Mi lista es interminable y, junto a amigos, los que todavía no lo son, amores perdurables y familia, figuran personas anónimas o cuyo nombre no recuerdo —compañeros fortuitos de un viaje en tren o de la sala de espera de una consulta médica, algún taxista filósofo—, y sabios reconocidos. Estos últimos se van marchando porque la vida tiene la vieja manía de agotarse. Pienso en José Saramago y en Jorge Semprún, en mi lista, muy cerca el uno del otro por la coincidencia de la “S” en su apellido, a los que les siguen Szczeklik y Szymborska. Y en Tàpies, un poco más abajo.

Anoche, antes de cerrar los ojos y rendirme al sueño, pensaba que la sabiduría, como la amistad, lleva tiempo, que hay sabios que serán elogiados en el futuro y ni siquiera sospechan que lo son. Teniendo en cuenta la diferencia horaria y la lejanía geográfica que debe de haber entre ellos, me imaginaba a un estudiante de medicina en una biblioteca fría y silenciosa, oculto tras estantes de libros, intentando demostrar científicamente el poder curativo de la belleza; a una adolescente insomne escribiendo su primer poema de amor a la luz de una lámpara de lectura, sintiéndose ridícula y luego pensando que más ridículo sería no escribirlo nunca; y a un atribulado joven con un flequillo que le tapa los ojos, soñoliento por ser primera hora de la mañana, que, mientras espera el próximo metro, esboza en un papel arrugado las posibilidades infinitas de un símbolo.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Cambio de paisaje


Art credit: Paul den Hollander


Cada amante es un paisaje distinto. 
George Sand, pseudónimo de Amandine Aurore Lucile Dupin


Decía George Sand que cada amante le ofrecía la posibilidad de contemplar un paisaje distinto. Es de sobras conocido el currículum amoroso y la vida fuera de toda convención social de la escritora francesa, su romance con Chopin y la estancia de ambos en la casa de Valldemossa (Mallorca) que compartieron durante un invierno, el de 1838 y los primeros meses de 1839. 

Las noches de insomnio desencadenan curiosas relaciones de ideas, y durante la pasada han aparecido George Sand y esa frase suya que me asalta desde que a la vida le dio por enseñarme alguna que otra lección de vez en cuando. En francés debía de sonar más evocadora: “Chaque amant est un noveau paysage…”, y a George Sand debía de emocionarle la aventura, las posibilidades que el cambio traía a su vida. Mientras traducía con más o menos acierto en el duermevela de las cinco de la mañana, pensaba que no solo los amantes nos ofrecen un nuevo paisaje, también las decisiones que tomamos y que, inevitablemente, trazan nuevos caminos para dejar atrás lugares que ya no recorreremos y amantes a los que tenemos que decir definitivamente adiós.

Es difícil transitar tierras extrañas, nos gustaría pisar siempre territorio seguro, o contar al menos con el mapa de un cuerpo conocido, pero ese no es siempre el trato que la vida nos ofrece. Debemos adentrarnos a ciegas, con la mirada puesta todavía en un horizonte que se aleja, y con dificultad para dirigir la vista al frente. Apuesto a que George Sand era una maestra en erguir la espalda, levantar la barbilla y no mirar atrás.

martes, 27 de enero de 2015

Nuestros hermanos griegos


Photograph: Nicolas Koutsokostas/Demotix/Corbis (via The Guardian)




Visité Atenas por primera vez en septiembre de 2009. Entonces pude ver el inicio de un deterioro social y económico que todavía no había llegado a España, pero que no tardaría en hacerlo. Tres años después, en abril de 2012, pocos días después del suicidio de Dimitris Christoulas, escribí este artículo, que ahora recupero.

Me hubiera gustado presenciar la victoria de Syriza el domingo pasado, ver una alegría que en mi último viaje a Atenas, en septiembre de 2012, había abandonado por completo la ciudad: entonces solo vi tristeza mezclada con indignación. Recordaré siempre las palabras de un taxista: “Vosotros, los españoles, nos habéis abandonado. Y somos hermanos, pueblos del sur”. Tuve que darle la razón. Hoy los griegos sonríen de nuevo.


En Grecia nació la democracia, que, con mejor o peor o suerte y salvo en contadas y deshonrosas excepciones, rige los destinos de nuestro planeta. También fue el lugar elegido por los dioses; allí se asentaron y se dedicaron a atormentar a los mortales, que tuvieron que aprender a dirigir sus vidas al margen de unas deidades caprichosas y demasiado humanas. Quizá venga de ahí el desdén que los ciudadanos griegos muestran hacia quienes detentan el poder y su poca confianza en que vayan a cambiar las cosas (sino para peor).

En 2009, antes de que el término “crisis económica” se inscribiera en nuestras conciencias, pasé unos días de vacaciones en dos islas griegas: la popular Santorini y una segunda cuyo nombre no revelaré, pero a la que decidí que huiría si algún día no tengo adonde ir ni nadie que me espere en ningún lugar. Allí encontré un pequeño paraíso de luz, olivos, miel y vino, y unas gentes que aman la vida por encima de todas las cosas, que han decidido existir al margen de todo aquello que no pueden cambiar. 

Atenas, última y forzosa parada del viaje para coger un vuelo económico de regreso, fue un zarpazo de realidad y contrastes: la bellísima Acrópolis dominando una ciudad donde tenía cabida —en la que todavía era la próspera Europa de la U.E.— gente que sobrevivía rozando el umbral de la pobreza y que recurría a la economía sumergida. Furgones policiales en puntos clave del centro de la ciudad anunciaban el temor a la explosión del polvorín de descontento e impotencia que se haría esperar apenas unos meses más.

Desde entonces, las noticias que llegan de Grecia me entristecen y desesperan. Aún intento asimilar la muerte de Dimitris Christoulas, el farmacéutico jubilado que se suicidó en la plaza Syntagma, descifrar el significado de ese gesto desesperado, y lo hago con miedo, porque supone mirar demasiado adentro de las entrañas de una crisis que está arruinando muchas vidas y aplazando, quizá para siempre, muchos sueños. 

Algunos países tienen una historia que no se merecen. Desde hace ya demasiado tiempo, los ciudadanos griegos salen a las calles para protestar por la suya, para pedir explicaciones a los mortales con ínfulas de dioses que la dictan al margen de los destinatarios de sus designios.

domingo, 11 de enero de 2015

La dolce vita



La dolce vita (1960) de Federico Fellini



La culpa del amor por un pasado en blanco y negro que yo no he habitado la tiene el cine. Hoy nos ha dejado Anita Ekberg y algo en mi imaginario llora por sus noches y por la dolce vita romana que no he vivido. 

También se puede vivir en las vidas que imaginamos, ¿por qué no? ¿Quién nos niega el permiso? 

Esta noche de enero hay reencuentro en Roma. Se anuncian bajas temperaturas y los turistas se retirarán pronto. Anita hará su entrada cuando todo esté en silencio y, ahora que ya no siente frío, esperará a Marcello bañándose en la Fontana di Trevi. Él aparecerá cuando ella le llame: ¡Marcelloooo! Así lo acordaron hace décadas. Ha tardado el reencuentro, pero ambos sabían que acabaría sucediendo. Jóvenes y bellos, como antes, eternos, en ese lugar donde ya no pasa el tiempo.