lunes, 17 de agosto de 2015

Los viajes, el final del amor y Richard Yates


Art credit: Pascal Campion



Hace tiempo que durante mis viajes hago un ejercicio involuntario en los aeropuertos, en los monumentos, en los restaurantes, en los paseos junto al mar, durante esas puestas de sol que en algunos destinos turísticos se han convertido en un espectáculo colectivo de celebración de la vida: observo a las parejas en tierra extraña y me pregunto si son felices. Si su relación acaba de empezar y ese viaje es la prueba iniciática; si estar juntos es algo tan natural que no existen dudas sobre la conveniencia de uno en la vida del otro; si ese viaje es un intento por salvar algo que se muere, si lo lograrán, o si, por el contrario, ni siquiera tanta belleza evitará el final.

Dicen que septiembre es el mes de las rupturas, lleguen estas a verbalizarse o no, a materializarse o no. Los más impulsivos toman la decisión durante las vacaciones y el regreso no es solo a su lugar de residencia, sino a una nueva vida. Los más precavidos empiezan a plantearse el cambio y se dan el otoño como tiempo de reflexión; darán el paso, si el frío y la perspectiva de un largo invierno en soledad no los acobarda, antes de Navidad. Otros, nunca, o quizá el próximo año. Lo dicen las estadísticas.

Cuando observo a esas parejas alejadas de la rutina, del ceremonial del día a día, sin nada más que hacer que dedicarse al otro y ser felices, sin lograrlo, siempre pienso en el escritor Richard Yates y en Emily, el personaje de su novela Las hermanas Grimes. Sarah y Emily, esas hermanas destinadas a no ser felices; la primera, encerrada en un matrimonio desgraciado, la segunda, buscando incesantemente un amor que no llega. Es Emily la que se jura a sí misma, durante un viaje con su último amante, que jamás volverá a viajar con alguien de quien no esté enamorada. Siempre lo he considerado un buen consejo.

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