sábado, 30 de junio de 2018

Y llegó otro verano...



Spiaggia del Poetto, Cagliari, 1955
Art credit: Mario De Biasi


Sin previo aviso ha llegado la temporada estival, días en los que nos damos cuenta de que el tiempo es igual de implacable que el año anterior. Han pasado seis meses de 2018 y, lejos todavía de la amenazadora rentrée, el cuerpo pide una tregua en forma de sol, mar, noches al fresco y cualquier bebida con mucho hielo. Como el verano es breve y la sensación de ligereza y expectativas tiene los días contados, elegid solo lecturas que merezcan bajar la vista del horizonte. Feliz verano.


Apegos feroces, Vivian Gornick (Sexto Piso, L'Altra Editorial [cat])

Las ocho montañas, Paolo Cognetti (Literatura Random House, Navona [cat])

El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera (Libros del Asteroide, Angle Editorial [cat])

El arte de la ficción, James Salter (Salamandra, L'Altra [cat])

Helada sangre azul, Yuri Buida (Automática Editorial)

Los pensamientos del té, Guido Ceronetti (Acantilado)

A la intemperie, Rosamond Lehmann (errata naturae)

El corazón de las nueve estancias, Janice Pariat (Siruela)

Sobre algunos enamorados de los libros, Philippe Claudel (Minúscula)

Conversaciones entre amigos, Sally Rooney (Literatura Random House)

Llámame por tu nombre, André Aciman (Alfaguara)

Visión binocular, Edith Pearlman (Anagrama)


domingo, 14 de enero de 2018

Los días malos





Luminous, Max Richter




No se puede hacer nada contra la muerte de los amigos, y aunque esa fuera la única tragedia a la que tuviéramos que hacer frente a lo largo de la vida, por sí sola haría de este mundo un lugar inhabitable. Después de tres meses, tengo mucho que contarles, hay demasiadas cosas que no entiendo, necesito que estén donde solían estar. Hay días en los que, sin que haya sucedido nada especial, se abre inesperadamente una brecha de la que emana un dolor crudo y afilado, y lo obvio se presenta en una imagen tan nítida que se clava en la boca del estómago. No volverán a pertenecer a este mundo. Y entonces solo se me ocurre contarme bonitas mentiras, que bien podrían ser verdad. 

Que Quique, mi amigo del alma, ha decidido marcharse a dar la vuelta al mundo sin decírselo a nadie, porque es algo que necesitaba hacer solo y en secreto. Quizá ha encontrado un gran amor, o su pequeño paraíso. Pero al final esas cosas acaban por aburrir si no puedes compartirlas con los amigos, así que esperaré, es solo cuestión de tiempo. También es posible que, como es muy alto y sus piernas largas (las mías muy cortas en comparación), me haya adelantado, como tantas otras veces que caminamos juntos, cada uno disfrutando del paisaje a su ritmo. No me preocupa, porque tenemos un acuerdo sobre eso, y sé que me espera al final del camino.

Que mi hermoso ángel de la risa eterna nos observa desde algún lugar y sonríe, y después se apena porque sufrimos al no poder verla. Le prometí un gran abrazo cuando volviera a casa, muy pronto, pero me equivoqué al desear demasiado. Hice más promesas que sí está en mi mano cumplir, como llevarla siempre conmigo (eso es tan fácil), y disfrutar cada segundo (esto no lo es tanto), todos los días. Sandra, esa promesa la incumplo (sé que me perdonas), solo en los días malos.