miércoles, 31 de diciembre de 2014

Diana



Escena de Nueve vidas (2005), de Rodrigo García.




Pero también 
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.

Jaime Gil de Biedma



Me hubiera gustado acabar el año con alguna batalla ganada cuyos pormenores poder detallar aquí. O ser capaz de explicar con convencimiento que durante 2014 se me desveló algún misterio que querría compartir. No ha sido así. He añadido a mi lista de dudas y perplejidades algunas nuevas y, a estas alturas del año, las certezas son más bien pocas, así que puedo decir que hoy, 31 de diciembre de 2014, la vida me sujeta fuerte, al modo de Gil de Biedma.

Estos días pienso, pienso mucho. Entre los pensamientos que puedo confesar aquí sin comprometer seriamente a nadie, aparece Diana, el personaje que interpreta Robin Wright en la película Nueve vidas de Rodrigo García. La escena que comparte con Jason Isaacs (que interpreta a Damian) apenas dura catorce minutos. Y ese cuarto de hora es todo lo que vamos a saber de su historia, porque Nueve vidas es una película coral que nos presenta a nueve personajes en una encrucijada vital, necesariamente breve y decisiva.

Diana está casada y espera su primer hijo. Podría ser un día cualquiera en el supermercado de siempre, si no fuera porque después de años sin verse se encuentra con Damian, un antiguo amor, que también se ha casado. ¿Se puede decidir una nueva vida en la distancia que separa el pasillo de cereales para el desayuno de la sección de vinos? ¿Puedes verte con más claridad que nunca y desear sin un ápice de duda compartir tu vida con alguien que no es tu marido ni el padre del hijo que esperas?

Sabemos poco de su historia a dos, cómo se enamoraron, qué les separó. Pero durante catorce minutos eso no es importante. Tienen que decidir su futuro en un supermercado, aquí y ahora. Puede pasar, a veces pasa. A Diana le ocurre. Pero cuando sale al aparcamiento para buscar a Damian, él ya no está.

La escena acaba aquí, el espectador debe decidir el final. Y yo, diez años después de haber visto la película por primera vez, pienso en Diana y en Damian, sobrecogida otra vez a mi pesar.

Así termina 2014, con viejas películas que me explican historias que parecen nuevas.


jueves, 25 de diciembre de 2014

Claudia & Marcello







  
La Navidad regala historias. Felicitaciones inesperadas te llevan de regreso a otras Navidades, a otros destinos que se abrieron una vez para cerrarse después y dar paso a otras sendas, quién sabe si menos peligrosas y más seguras por nuestro bien; quizá más aburridas y menos apasionantes también. 

Estos días abren una brecha en el tiempo, inevitablemente. Recuerdas a personas que ya no están en tu vida, y a veces sucede que ellas también te recuerdan, y se abre esa brecha encantada de la que hablo. Es la magia de la Navidad, lo más divino en que soy capaz de creer estos días: el goce del recuerdo de que una vez estuviste realmente vivo. Regresa en forma de escalofrío, y solo hacen falta unas pocas palabras para provocarlo: “Merry Xmas, Darling”.

Nochebuena me regaló esas palabras, ese escalofrío y esa brecha (gracias)que hoy me dispongo a cerrar por mi bien, y también una historia que desconocía. Marcello Mastroianni siempre estuvo enamorado de Claudia Cardinale. Cinco meses antes de morir Marcello, le gritó a Claudia en París: “¡Tonta, te he amado de verdad y no me tomaste en serio!”.

Si amáis de verdad, hacedlo saber cuanto antes. Si estos días echáis de menos a alguien y su recuerdo os hace sentir un escalofrío, compartidlo con el interesado/a, le hará inmensamente feliz. Puede que solo sea la Navidad y que la brecha se cierre con el nuevo año, pero colaos a través de ella y echad un vistazo. El mundo es de los valientes. No esperéis a gritarlo en París, por si se hace tarde.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

La lista de mis deseos (literarios) para estas Navidades






Navidad, otra vez. Listas y más listas. Lo mejor, lo peor. Por supuesto, tengo mi lista personal de los mejores libros que he leído en 2014, pero la ventaja de trabajar en el mundo de la edición es que algunos son todavía un secreto: yo los he leído y disfrutado ya, y vosotros los leeréis en 2015. Creo que es una buena noticia que la mayoría de los libros que han colmado mis expectativas lectoras os esperen en las librerías en los próximos meses, señal, sin duda, de que 2015 será un buen año literario. Cruzo los dedos y espero que os gusten, os sorprendan y que estén en vuestra futura lista de favoritos.

Como el secreto profesional manda, mi lista no es de favoritos, es de deseos. A pesar de leer muchos libros al año, me encanta que me los regalen y colocarlos en un bloque de equilibrio precario en mi mesita de noche.

Deseo 1: 
Como la sombra que se va, Antonio Muñoz Molina (Seix Barral)

Deseo 2:
Americanah, Chimamanda Ngozi Adichie (Literatura Random House)

Deseo 3:
Felices los felices, Yasmina Reza (Anagrama)

Deseo 4:
El elixir de la inmortalidad, Gabi Gleichmann (Anagrama)

Deseo 5:
Pietra viva, Leonor de Recondo (Minúscula)

Deseo 6:
La constelación del perro, Peter Heller (Blackie Books)

Deseo 7:
Las luminarias, Eleanor Catton (Siruela)

Deseo 8:
Paseos por Londres, Virginia Woolf (La Línea del Horizonte)

Deseo 9:
Nos vemos allá arriba, Pierre Lemaitre (Salamandra)

Deseo 10:
Historia del mundo y del arte en Occidente (siglos XII a XXI), Juan Pablo Fusi Aizpurúa y Francisco Calvo Serraller (Galaxia Gutenberg)


¡Feliz Navidad, y no os olvidéis de regalar libros!

domingo, 16 de noviembre de 2014

El árbol de Elisa




Art credit: Fabienne Rivery



“The hard truth is that not everyone has a novel in them.”
Sadie Stein




El mundo está lleno de escritores que no siempre se dedican a escribir libros, y de personas que publican libros aunque no lleven dentro una historia que merezca ser contada. Hace un mes murió una amiga querida, “Elisa, mi amiga poeta”. Siempre la llamaba así para referirme a ella ante personas que no la conocían, y lo cierto es que fue una poeta sin libro hasta pocos meses antes de su muerte. 

En sus últimas horas de vida, cuando fui a hacerle compañía, pensaba en ello mientras la observaba respirar: que era una gran poeta porque llevaba la poesía dentro, con o sin libro; que habitaba en las palabras y en las imágenes como pocas personas que yo haya conocido. Ahora que no está, el mundo se me hace extraño, más silencioso, descolorido. 

Otra querida amiga, a la que identifico como "mi amiga-hermana” cuando hablo de ella, solía decir cuando éramos adolescentes que "uno es artista o no lo es, y que cuando se es, no hace falta demostrarlo; un artista lo es hasta cuando fríe un huevo”. Es fácil entender por qué con los años dejé de referirime a ella como “mi amiga bailarina” y empecé a llamarla “mi amiga-hermana”.  

El arte se expresa sin necesidad de libros y escenarios. Con mi amiga Elisa, surgía en su casa cuando nos sentábamos frente a la ventana y me hablaba orgullosa de la pareja de estorninos que, una primavera más, había elegido su árbol  para criar a su prole. O cuando me contó, la última vez que hablamos, que de madrugada había oído acercarse una tormenta. Se había levantado de la cama para abrir la ventana, oler la lluvia mientras empapaba su árbol y ver los relámpagos iluminar el cielo. Así había encontrado fuerzas para seguir luchando, "porque la vida es tan hermosa, Susana”.


sábado, 18 de octubre de 2014

Invitación a un viaje




Art credit: Susana Herman

"No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver. Fui feliz allí, el mes pasado, en noche de luna llena, en Los Portales, ni antes ni después de esa noche, en el último mes de julio de mi juventud. Pero no pienso en la vida nunca volver, pues sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte." 
Lejos de Veracruz, Enrique Vila-Matas

Dice Vila-Matas que uno no debe regresar jamás a los lugares donde se vivió un instante de perfección. Estoy de acuerdo con él en casi todo, y también debería estarlo en esto. De hecho, contradije su consejo en una ocasión y regresé a un paraíso para, de paso y en un arranque de osadía, contradecir también a Marcel Proust. El resultado fue desastroso: es cierto, no debemos regresar jamás a un paraíso perdido porque lo que encontramos es solo un lugar desprovisto de su magia. Pero  también es cierto que, si podemos soportarlo, se abre la posibilidad de visitarlo innumerables veces y de reconstruirlo con recuerdos nuevos. Si no es posible y es más fuerte el dolor, ha llegado el momento de conquistar nuevos territorios para la memoria.
Cada estación me transporta a un paraíso perdido. Otoño es New York; el invierno, cualquier pueblo con callejas de piedra que huela a leña quemada; la primavera es Constantinopla; verano, el mar Mediterráneo. Cuando se aproxima la estación correspondiente, en el duermevela de antes de amanecer, creo estar allí, y despertar en mi cama de siempre, con la luz de la ventana que se cuela por las mismas rendijas de cada mañana, me provoca un vacío y un deseo que lo que depara el día será incapaz de llenar. 

Entonces me levanto, abro esa ventana que me da los buenos días y ahí están, las rutas celestes dejadas por los aviones que acaban de surcar el cielo. Y apuesto a que uno de ellos me llevaría al lugar donde debería estar, y que todavía desconozco.
 

jueves, 9 de octubre de 2014

Ciudades que son y no son



Antigua casa del artista Ivo Gbric



Hace unos días que regresé de Dubrovnik, ese lugar que a la vez existe y no, que ha recobrado su esplendor de escenario de película gracias a la serie Juego de tronos. Pero las piedras no son las que eran y, aunque pulidas y lustrosas, nunca lo serán. En diciembre de 1991, un bombardeo del ejército serbio acabó con gran parte del casco histórico, aunque de esos desgraciados días ya no quede rastro para el turista despistado. Sí hay un museo de la memoria y un cartel en la nueva fachada del que fue hogar y estudio del artista Ivo Grbic, cuyas obras, como las paredes del pequeño palacete barroco, quedaron reducidas a escombros. 

La casa donde me alojé guardaba otra sorpresa: las vainas de varias de las bombas que cayeron sobre la ciudad en esas fechas. Ver la fila de letras y números grabados sobre latón dorado que identificaban los artefactos, imaginar al destinatario de su contenido, ahora volatilizado (quizá la casa vecina de Ivo Grbic), me trajo a la memoria los días tristes en los que la ex Yugoslavia fue noticia diaria de violencia y muerte. Ahora, algunos de los lugares que mi imaginario asociaba con la guerra hasta hace apenas unas semanas, aparecen en carteles turísticos como destinos de ensueño: Split, Mostar.

La normalidad se pierde en nuestras vidas sin fecha de retorno, al igual que la pierden los países y las ciudades. Es verdad que siempre acaba regresando, pero las paredes del alma que la acogen ya nunca serán las mismas.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Morir, todavía




 Art credit: John Stanmeyer


La misma semana del pasado mes de febrero en que quince personas perdían la vida en la playa del Tarajal de Ceuta, el fotógrafo John Stanmeyer ganaba el premio World Press Photo. La imagen es de una extraordinaria belleza, pero detrás subyace la desesperación de inmigrantes subsaharianos por alcanzar el norte y, en esa acción épica, no perder nunca la “señal”. Ese símbolo contemporáneo que aparece en una pequeña pantalla y que nos da la falsa certeza de existir y de estar conectados con el mundo.

Mientras los satélites reciben y devuelven señales incesantemente allá en el cielo, sin discriminar raza u origen, aquí abajo en la Tierra se construyen muros cada vez  más altos. Los gobiernos español y marroquí han planteado como solución inicial aumentar la altura de las vallas que separan ambos países para evitar que los inmigrantes sigan asaltándolas. Decía José Luis Sampedro que no se pueden poner muros a la desesperación, pero quienes deberían escuchar a los sabios hacen oídos sordos y acciones inútiles.

Mientras los señores que hace tiempo se autonombraron depositarios de nuestros destinos  duermen al abrigo de los peligros de la intemperie, en la playa de Yibuti,  cercana a Somalia, como en la noche de los tiempos, seres anónimos alzan los brazos al cielo y piden una señal con una luna brillante sobre sus cabezas.

[El Círculo de Bellas Artes de Madrid acoge la exposición World Press Photo hasta el 12 de octubre.]