martes, 21 de abril de 2015

¡Más libros, por favor!







Una lista de deseos (muy personal) para Sant Jordi 2015:


Vida de familia, Akhil Sharma (Anagrama)

La sombra del mundo, Nir Baram (Alfaguara)

El arquitecto del universo, Elif Shafak (Lumen)

Reparar a los vivos, Maylis de Kerangal (Anagrama)

Lo contrario de la soledad, Marina Keegan (Alpha Decay)

Gran Cabaret, David Grossman (Lumen)

Ciudad de Bohane, Kevin Barry (Rayo Verde)

Mad Men o la frágil belleza de los sueños en Madison Avenue, VV.AA (Errata Naturae)

Para acabar con Eddy Bellegueule, Édouard Louis (Salamandra)

Las dos señoras Grenville, Dominick Dunne (Libros del Asteroide)

Capitán Twain, Marc Siegel (Principal de los Libros)

Aprendizaje o el libro de los placeres, Clarice Lispector (Siruela)


martes, 14 de abril de 2015

Todos los nombres





En un lunes triste nos han dejado Günter Grass y Eduardo Galeano. La letra "G" ha perdido vigor, mirada crítica, estrategias para conjurar nuestros anhelos. En una semana también triste de febrero de 2012, nos dejaron tres sabios ilustres: la poeta Wislawa Szymborska, el médico y escritor Andrzej Szczeklik y Antoni Tàpies. En su recuerdo escribí este artículo [añádanse Galeano y Grass a la letra "G"].


En apenas una semana, tres sabios nos han dejado sin haber resuelto todas nuestras dudas: la poeta polaca Wislawa Szymborska; su compatriota, el médico con inquietudes artísticas y escritor Andrzej Szczeklik; y el artista Antoni Tàpies.

Szymborska, conocedora de las trampas del tiempo, ya había escrito su epitafio, que dice así: “Debo mucho a quienes no amo […]/Gracias a ellos vivo en tres dimensiones […]/Ni siquiera imaginan/cuánto hay en sus manos vacías”. Releer este poema me ha hecho pensar en la lista de personas que, sin saberlo, te salvan la vida (o algunos momentos, que viene a ser lo mismo) y a quienes nunca les damos las gracias.

Mi lista es interminable y, junto a amigos, los que todavía no lo son, amores perdurables y familia, figuran personas anónimas o cuyo nombre no recuerdo —compañeros fortuitos de un viaje en tren o de la sala de espera de una consulta médica, algún taxista filósofo—, y sabios reconocidos. Estos últimos se van marchando porque la vida tiene la vieja manía de agotarse. Pienso en José Saramago y en Jorge Semprún, en mi lista, muy cerca el uno del otro por la coincidencia de la “S” en su apellido, a los que les siguen Szczeklik y Szymborska. Y en Tàpies, un poco más abajo.

Anoche, antes de cerrar los ojos y rendirme al sueño, pensaba que la sabiduría, como la amistad, lleva tiempo, que hay sabios que serán elogiados en el futuro y ni siquiera sospechan que lo son. Teniendo en cuenta la diferencia horaria y la lejanía geográfica que debe de haber entre ellos, me imaginaba a un estudiante de medicina en una biblioteca fría y silenciosa, oculto tras estantes de libros, intentando demostrar científicamente el poder curativo de la belleza; a una adolescente insomne escribiendo su primer poema de amor a la luz de una lámpara de lectura, sintiéndose ridícula y luego pensando que más ridículo sería no escribirlo nunca; y a un atribulado joven con un flequillo que le tapa los ojos, soñoliento por ser primera hora de la mañana, que, mientras espera el próximo metro, esboza en un papel arrugado las posibilidades infinitas de un símbolo.