sábado, 30 de enero de 2016

A los que llegan tarde




«Llegamos siempre tarde donde nunca pasa nada
Joan Manuel Serrat



Los primeros días de 2016 me propuse llegar a tiempo. ¿A dónde? A todas partes, a todos y cada uno de los lugares donde alguien pudiera estar esperándome. Lo he logrado un par de veces, aun sabiendo que me engañaba y que no podía durar. Ese clic que no se activa en los llegatardistas involuntarios, y cuya ausencia provoca un desajuste horario con el tiempo oficial, seguirá siendo defectuoso también en 2016.

No siempre fue así. No podría dar la fecha concreta, no la recuerdo, pero mi llegatardismo tiene que ver con un conflicto personal no superado entre el tiempo y yo. Con el día en que fui consciente de que había llegado tarde a mi propia vida y de que ningún reloj me había puesto sobre aviso. Llegué tarde, sin yo saberlo, donde estaban pasando las cosas importantes.

Al ser llegatardista sobrevenida, sufro cada vez que se confirma lo que la gente piensa que es una costumbre a la que no quiero dar fin. Sufro porque hubo una época en la que sí tenía fe en el tiempo y en el orden que había establecido para que las cosas y las personas llegaran en el momento preciso.

Solo hay una persona que me comprende: el conductor del metro que tomo (sistemáticamente tarde) todas las mañanas. Cada día doy por perdido el que él conduce cuando hace sonar la señal mientras yo bajo corriendo la escalera, entonces me rindo y ralentizo el paso. Y cada día la repite dos veces antes de cerrar las puertas para que sepa que me concede los segundos suficientes, que puedo subirme, que me espera. Así debería ser la vida.


miércoles, 6 de enero de 2016

Año 5 de la Era de la Incertidumbre



Art credit: Linda Troeller



"Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, [...] y no buscar lo imposible, sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo. Que me sea dado el interesarme por este mundo."

1 de enero, viernes, Alejandra Pizarnik




En 2011, una serie de circunstancias le daban la vuelta a mi vida, y fue entonces cuando inauguré una nueva etapa personal a la que denominé “la Era de la Incertidumbre”. Curiosamente, y por primera vez desde que me había convertido en un ser adulto consciente y sintiente, mi caos interior estaba en perfecta simbiosis con el caos exterior. La reciente crisis económica había dado la bienvenida a tiempos extraños y yo no me sentía fuera de lugar en el mundo: intervalos nubosos si miraba hacia dentro o hacia fuera y ni rastro de anticiclones insolentes que me recordaran tiempos más felices.

Mucho ha llovido desde 2011, y aunque ha habido algún que otro día de sol, todavía no puedo dar por finalizada esta etapa. Espero que, sin darme cuenta al principio, y tal y como pasó en 2011, poco a poco se vayan instalando nuevas variables que obliguen a un cambio de era. Y que esta vez el nombre sea, cómo no, positivo e inspirador.

La mayoría de las veces la felicidad nos pasa desapercibida, y eso es algo que nos hace sentir estúpidos y culpables cuando llegan de verdad los malos tiempos. Pero también logramos que nos pase desapercibida la infelicidad, y nunca nos damos la enhorabuena por ello. Por sobrellevarla con apariencia de normalidad, e incluso por sonreírnos delante del espejo. Por seguir dando brazadas dentro del agua, ocupados en mantenernos a flote mientras esperamos pisar de nuevo tierra firme.