sábado, 18 de octubre de 2014

Invitación a un viaje




Art credit: Susana Herman

"No todo el mundo sabe que a Veracruz y a sus playas lejanas no pienso en la vida nunca volver. Fui feliz allí, el mes pasado, en noche de luna llena, en Los Portales, ni antes ni después de esa noche, en el último mes de julio de mi juventud. Pero no pienso en la vida nunca volver, pues sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia, pero su recuperación significa la muerte." 
Lejos de Veracruz, Enrique Vila-Matas

Dice Vila-Matas que uno no debe regresar jamás a los lugares donde se vivió un instante de perfección. Estoy de acuerdo con él en casi todo, y también debería estarlo en esto. De hecho, contradije su consejo en una ocasión y regresé a un paraíso para, de paso y en un arranque de osadía, contradecir también a Marcel Proust. El resultado fue desastroso: es cierto, no debemos regresar jamás a un paraíso perdido porque lo que encontramos es solo un lugar desprovisto de su magia. Pero  también es cierto que, si podemos soportarlo, se abre la posibilidad de visitarlo innumerables veces y de reconstruirlo con recuerdos nuevos. Si no es posible y es más fuerte el dolor, ha llegado el momento de conquistar nuevos territorios para la memoria.
Cada estación me transporta a un paraíso perdido. Otoño es New York; el invierno, cualquier pueblo con callejas de piedra que huela a leña quemada; la primavera es Constantinopla; verano, el mar Mediterráneo. Cuando se aproxima la estación correspondiente, en el duermevela de antes de amanecer, creo estar allí, y despertar en mi cama de siempre, con la luz de la ventana que se cuela por las mismas rendijas de cada mañana, me provoca un vacío y un deseo que lo que depara el día será incapaz de llenar. 

Entonces me levanto, abro esa ventana que me da los buenos días y ahí están, las rutas celestes dejadas por los aviones que acaban de surcar el cielo. Y apuesto a que uno de ellos me llevaría al lugar donde debería estar, y que todavía desconozco.
 

jueves, 9 de octubre de 2014

Ciudades que son y no son



Antigua casa del artista Ivo Gbric



Hace unos días que regresé de Dubrovnik, ese lugar que a la vez existe y no, que ha recobrado su esplendor de escenario de película gracias a la serie Juego de tronos. Pero las piedras no son las que eran y, aunque pulidas y lustrosas, nunca lo serán. En diciembre de 1991, un bombardeo del ejército serbio acabó con gran parte del casco histórico, aunque de esos desgraciados días ya no quede rastro para el turista despistado. Sí hay un museo de la memoria y un cartel en la nueva fachada del que fue hogar y estudio del artista Ivo Grbic, cuyas obras, como las paredes del pequeño palacete barroco, quedaron reducidas a escombros. 

La casa donde me alojé guardaba otra sorpresa: las vainas de varias de las bombas que cayeron sobre la ciudad en esas fechas. Ver la fila de letras y números grabados sobre latón dorado que identificaban los artefactos, imaginar al destinatario de su contenido, ahora volatilizado (quizá la casa vecina de Ivo Grbic), me trajo a la memoria los días tristes en los que la ex Yugoslavia fue noticia diaria de violencia y muerte. Ahora, algunos de los lugares que mi imaginario asociaba con la guerra hasta hace apenas unas semanas, aparecen en carteles turísticos como destinos de ensueño: Split, Mostar.

La normalidad se pierde en nuestras vidas sin fecha de retorno, al igual que la pierden los países y las ciudades. Es verdad que siempre acaba regresando, pero las paredes del alma que la acogen ya nunca serán las mismas.