jueves, 17 de abril de 2014

Diez para Sant Jordi


 El jilguero, cuadro de Carel Fabritius que ilustra la cubierta 
de la novela de Donna Tartt




El jilguero, Donna Tartt

La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine

Cançons d’amor i de pluja, Sergi Pàmies

La última noche, James Salter

Barba Azul, Amélie Nothomb

Stoner, John Williams

¡Melisande! ¿Qué son los sueños?, Hillel Halkin

La muerte del corazón, Elizabeth Bowen

Atlas de islas remotas, Judith Schalansky

Las vidas de Dubin, Bernard Malamud


domingo, 6 de abril de 2014

Happy Endings



“No es que no esté orgulloso de sus comedias románticas, con todas esas fotos de boda que aparecen en los créditos del final, pero como artefacto de la vida –la suya, la de cualquiera– bueno, la verdad es que no explican la historia en su totalidad. La vida es complicada para todos. Y las bodas son difícilmente un final feliz. De hecho, son el más frágil de los comienzos.”


Ayer, hoy y siempre, Deborah Copaken Kogan


Fotograma del último episodio de Cómo conocí a vuestra madre


Después de nueve temporadas, la serie Cómo conocí a vuestra madre puso fin al misterio de quién es la elegida por el narrador, Ted , como su esposa y madre de sus hijos. Por lo que he visto en las redes sociales, parece que el desenlace ha sido decepcionante para los seguidores de la serie, tanto, que la versión en DVD tendrá dos finales, el que se emitió en la cadena CBS y otro alternativo.

Me fascina cada vez más el mundo en el que me ha tocado vivir la segunda etapa de mi existencia: gracias a Internet, puedes empacharte con la última temporada de la serie de moda en tiempo record y alardear de la hazaña si has sobrevivido. Mi infancia y temprana juventud pertenecen al siglo XX, cuando había que esperar semana tras semana para seguir en televisión tu serie favorita y no había más que un final, te gustase o no. No era posible presionar a las productoras en las redes sociales, como mucho podías poner un mohín triste junto a tus amigas en el corrillo a la hora del recreo.


Escena de Titanic


En el siglo XXI, la periodicidad y el desenlace de las ficciones que compartimos colectivamente ya no son únicos. ¿Es una manera de desquitarse de la realidad a través de la tecnología? Alcanzar el sueño de alterar el tiempo y cambiar la historia. Preveo un futuro en el que, agotadas todas las ideas, no habrá más que remakes de finales míticos. Se presionará a James Cameron para que en Titanic no muera Leonardo, para que cree una versión menos egoísta de Kate Winslet que comparta su tabla de salvación. O a Eastwood para que dé un final justo a Los puentes de Madison, en el que Meryl Streep abrirá de una vez la puerta de la furgoneta de su marido, correrá bajo la lluvia y se subirá en el coche de Clint Eastwood, y a una nueva vida, sin mirar atrás. Son solo dos ejemplos de películas con final infeliz que forman parte de nuestro imaginario de ficción, dos finales que se parecen demasiado a la vida, tan poco dada al happy ending


  Escena de Cuatro bodas y un funeral

 
Esto me lleva a pensar que, sobre todas las cosas, que triunfe el amor siempre garantiza un buen final. Nunca falla. Y si ese triunfo se traduce en boda, mejor, con un ramo de novia sobrevolando la escena a cámara lenta. Hace años, cuando vivía en el siglo XX, ese final me encantaba; traspasado el siglo XXI, me genera dudas y empatía por los ex que se quedaron en el camino, como piedras con las que era preciso tropezar (una, dos, tres, cuatro, incontables veces) para encontrar el verdadero amor, vestirlo con esmoquin o tul blanco y darle muchos hijos.

Sobrepasar cierta edad tiene sus ventajas: ahora sé que a veces ese no es el mejor modo de acabar una historia, tampoco en la vida real. Así que no solo espero un final alternativo de Cómo conocí a vuestra madre; como ciudadana e internauta del siglo XXI, pido a la productora que Ted decida no ir a su propia boda, deje de buscar el único y verdadero amor y empiece a sorprenderse a sí mismo con un bucle de innumerables finales felices.