miércoles, 24 de junio de 2015

Diez lecturas de verano




Art credit: Claude Nori


Llega el verano y, con él, un acuerdo tácito con el tiempo que lo despoja de horarios fijos y encuentros previsibles. Si el destino se resiste y lo inesperado no sucede, aquí tenéis unas cuantas lecturas deliciosas. Pero si la vida os sorprende, está permitido posponerlas hasta que llegue el otoño.

Feliz verano.


El jardín de los Finzi-Contini de Giorgio Bassani (Tusquets)

El año del verano que nunca llegó de William Ospina (Literatura Random House)

La isla de Giani Stuparich (Minúscula)

La chica que cayó del cielo de Simon Mawer (Lumen)

El camino cruel. Un viaje por Turquía, Persia y Afganistán con Annemarie Schwarzenbach de Ella Maillart (La Línea del Horizonte)

Un otoño romano de Javier Reverte (Plaza & Janés)

Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia de María Belmonte (Acantilado)

El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer (Austral)

Todo lo que hay de James Salter (Salamandra)

El tiempo que nos queda de Justin Go (Lumen)



domingo, 21 de junio de 2015

No te olvides de comer






«No te olvides de comer.»

Jeanne-Claude Denat a 
Christo Vladimirov Javacheff


Como cada mañana de domingo desde que disfrutan de su descanso estival, mis padres me han llamado por teléfono. Hoy le ha tocado a mi padre. Tanto él como mi madre están en esa edad en la que los problemas ya no les preocupan si no son realmente graves. Y los míos, según su  medida actual de las cosas, no lo son. Y tienen razón.

Mi padre se ha reído cuando le he dicho que mi vida se parece cada día más a una mala novela chick lit, de esas en que la protagonista no se encuentra a sí misma en el arranque, pero acaba hallando alguna respuesta al final con ayuda de sus amigas, del pesado de su ex y de un nuevo amor por el que no hubiera dado ni un duro al principio. En mi vida existen todos esos elementos, pero el desorden es tal y la comedia dura tanto, que ha perdido la gracia.

Mi padre se ha despedido precipitadamente con un beso y con un «no te olvides de comer». ¿Qué cosas urgentes le reclamaban un domingo por la mañana en plenas vacaciones? Ese recordatorio de la importancia de alimentarse bien bajo cualquier circunstancia me ha recordado a Jeanne-Claude, la fiel compañera ya fallecida del artista Christo –el que cubre edificios y paisajes con telas kilométricas–. En un documental que vi hace años, mientras su pareja estaba enfrascada cubriendo el Reichstag de Berlín, ella solía llamarle, aunque estuviera en la otra punta del mundo, para recordarle que tenía que comer.

Llegada una edad, pocas cosas son realmente importantes. No hay crisis que no se supere con ricos manjares y con el sabio consejo de que, nos consuma o no la preocupación, lo importante es no perder el mundo de vista. 

lunes, 1 de junio de 2015

Por las noches antiguas y la música lejana




The Brigdes of Madison County (1995), dirigida por Clint Eastwood 
y basada en la novela de Robert James Waller




Clint Eastwood acaba de cumplir ochenta y cinco años, y su película The Brigdes of Madison County ya va camino de las dos décadas. Haciendo cuentas, eso significa que leí la novela con dieciocho y vi la adaptación cinematográfica un par de años después. No sé si la novela y la película aguantarían el paso del tiempo si volviera a hacer ese viejo e inquebrantable pacto con la ficción que hacía entonces, sin yo saberlo, para que alguien más sabio me adelantara algo sobre el futuro. Nunca se hace tan en serio ese pacto como en la adolescencia y en la temprana juventud. Eso lo sé ahora.

En su día me gustó más la novela. Me sobrecogió la escena del coche bajo la lluvia, cuando la protagonista que más tarde tendría ya para siempre el precioso rostro de Meryl Streep ve alejarse a ese hombre que, en apenas unos días, le ha regalado una vida entera. Con mis dieciocho añitos, sin sospechar el dolor que causa decir adiós a otras vidas posibles, y sin saber que no se muere una, sino muchas veces (precisamente cada vez que decimos ese adiós), se me hizo un nudo en el estómago. A esa edad intuimos mucho y creemos que sabemos poco, pero en realidad no hay mucho más que saber, lo que viene después es una mezcla de resignación y autoconvencimiento de que para madurar hay que tomar las decisiones correctas. Solo décadas después nos damos cuenta de que únicamente se trataba de ser valiente.

A los dieciocho años me prometí a mí misma que, si llegaba a sucederme algo parecido, abriría la puerta y correría bajo la lluvia. En veinte años he estado dos veces en esa encrucijada; sin coche ni lluvia, pero con el mismo nudo en el estómago que advierte de que se ha parado el reloj y de que lo que viene a continuación, sin anunciarse, es la vida. Las dos veces abrí la puerta. Lo que había detrás no resultó ser la felicidad incondicional, eterna y sin tropiezos, pero nunca me he sentido tan viva como entonces. 

Solo quien alguna vez se ha atrevido a abrirla brinda en secreto con estas palabras: "To ancient evenings and distant music...". Al otro lado no suele esperar un "fueron felices para siempre", pero sí noches que algún día serán antiguas y una melodía lejana, esa que suena de nuevo cuando hay que brindar por las cosas importantes.