domingo, 22 de mayo de 2016

Happy birthday, sir David Attenborough!





El pasado 8 de mayo sir David Attenborough cumplió noventa años. Solo una cifra que no impide que siga siendo el chico aventurero y curioso que conquistó a los británicos y que siempre será el rey de los documentales de naturaleza de la BBC. Desde el último tercio del siglo xx y en lo que llevamos del xxi, no ha habido un divulgador que haya contagiado el entusiasmo por el milagro de la naturaleza como lo ha hecho sir David. 

No existe un aspecto de la vida en la Tierra que se le haya escapado, y puedo asegurarlo porque he visto prácticamente todos sus documentales. Y no en la 2 de TVE. Durante varios años, en mis comienzos en el mundo editorial —recordándolo ahora, parece que hable de otra vida, y puede que en efecto lo sea— dediqué mis jornadas laborales a coordinar el doblaje y el subtitulado de todas sus series del inglés al español y al portugués. El video había quedado obsoleto y había que actualizar todo ese valioso fondo documental al formato DVD. Ya entonces me pareció un privilegio que me pagaran por hacerlo, y visto desde hoy, creo que fui muy afortunada. Un día de trabajo consistía en visionar un episodio, a veces incluso tres veces, y comprobar que el discurso de sir David y el del doblador discurrieran a la par, que lo mismo sucediera con los subtítulos, y corregir imprecisiones de la traducción del inglés al español.

Aprendí tantas cosas sobre la flora y la fauna del planeta, que en aquella época estaba maravillada ante el mundo que habitaba. En las conversaciones con los compañeros de trabajo y con los amigos siempre salían anécdotas fascinantes que tenía que compartir. Y aún hoy día, si se da el caso, suelto algún dato sobre rutas migratorias y rituales de apareamiento, con tanta seguridad que quien desconoce esta etapa de mi vida se pregunta de dónde me viene esa pasión oculta. Pues la culpa es del señor Attenborough.

Fue un época feliz. Mientras en la oficina todos tecleaban con la mirada perdida en una pantalla que les devolvía imágenes siempre previsibles, yo me ponía mis cascos para no molestar a nadie y, en cuanto escuchaba la entradilla musical de la BBC, ya estaba lista para viajar a África, a Asia, a los parques naturales de la India... Así empezó mi relación idílica con David, en la que nunca hubo lugar para la monotonía. Viajé mucho (con la imaginación) y mi inglés mejoró hasta donde me lo permitieron mis límites. ¿Qué más se puede pedir de un romance que una sabe que no puede durar? Todo lo bueno se acaba: la última serie que coordiné fue Planet Earth, de 2006, y espero que las siguientes hayan contado con alguien tan entregado como yo a la causa de David, este joven de noventa años... Y que cumplas muchos más.