miércoles, 26 de febrero de 2014

El teorema Le Corbusier





“Desde el avión contemplaba vistas que podría calificar de cósmicas. ¡Cómo me invitaban a la meditación, cómo me recordaban las verdades fundamentales de la Tierra!


[…] el meandro resultante de la erosión es un fenómeno de desarrollo cíclico muy parecido al pensamiento creativo, a la invención humana. Al seguir el contorno de un meandro desde el aire he comprendido las dificultades que aparecen en los asuntos humanos, los callejones sin salida en los que se atascan y las soluciones aparentemente milagrosas que solucionan las situaciones inextricables.”

 

  Charles Édouard Jeanneret-Gris, Le Corbusier



Charles Édouard Jeanneret-Gris nació a finales del siglo XIX, vivió dos guerras mundiales, la regeneración de Europa y el  inicio de la optimista década de los sesenta. Poseía el genio y la curiosidad infinita de un hombre del Renacimiento: fue arquitecto, urbanista, pintor, diseñador de mobiliario, viajero, escritor, fotógrafo y realizador de cine. Nació en una pequeña ciudad suiza, pero pronto germinó en él un espíritu viajero que lo impulsaría a visitar Italia, Grecia y Turquía, antes de acabar asentándose en París en 1917. A lo largo de su vida trabajó en más de cuatrocientos proyectos y construyó setenta y cinco edificios en doce países. 

 Proyecto para la ciudad de París


Esa es la vida en logros, datos y cifras de Le Corbusier. No obstante, lo que llama la atención del artista es el lugar que ocupó el hombre en una época en que todo parecía llamar a la aniquilación. Sus proyectos para la ciudad de París, cuyos bocetos datan de los primeros años treinta, podrían haber sido diseñados hoy, al igual que su famosa construcción, la casa Saboye, puesta en pie en 1929. Durante mi visita a la exposición que le dedica CaixaForum en Barcelona, tuve que regresar más de una vez para comprobar las fechas. ¿Era posible que mientras Le Corbusier proyectaba el futuro otros planearan la destrucción de Europa? ¿Podía convivir la solidez de un ángulo recto con la monstruosidad de la construcción de un campo de exterminio?, ¿su proyecto para La Cité de París con la ocupación nazi y las bombas que estaban por venir? 

 Ville Saboye, 1929


Son inevitables las palabras “genio” o “visionario” para calificar a Le Corbusier, también “poeta”. Suya es la ley del meandro, que formuló mientras sobrevolaba Sudamérica en 1929 y que tiene más de poema que de teorema, aunque muchos se empeñen en aplicarla en estos tiempos al mundo de la empresa.El arquitecto poeta pasó sus últimos días retirado como un ermitaño en su cabaña de Roquebrune-Cap-Martin, con la única compañía de su esposa y del paisaje del  Mediterráneo, que había adorado desde su juventud. En sus aguas encontró la muerte, posiblemente a causa de un ataque al corazón.
[…]
La mar vuelve a descender
a lo más bajo de la marea para
poder subir de nuevo a tiempo.
Un tiempo nuevo se ha abierto
una etapa un plazo un relevo
Así no nos quedaremos
sentados junto a nuestras vidas.

El poema del ángulo recto

 
 Cabaña de Le Corbusier en Roquebrune-Cap-Martin
  


[Le Corbusier. Un atlas de paisajes modernos puede visitarse en CaixaForum Barcelona hasta el 11 de mayo.]

jueves, 13 de febrero de 2014

El amor como pretexto



Art credit: Ernst Ludwig Kirchner, Lovers in the Library




“Las mujeres tampoco seducen a los hombres para sustraerles el poder, ni para ejercerlo bajo mano, ni para domesticarlos, ni para sacarles su dinero, ni para adquirir lo que desean. Las mujeres ni siquiera quieren hijos de los hombres a los que abrazan para reproducirlos, ni para reproducirse a ellas mismas, ni con el proyecto de saciar su venganza lanzando a sus hijos a la conquista del mundo.Las mujeres ni siquiera pretenden de los hombres una casa en la que aburrirse con ellos y donde envejecer.Las mujeres necesitan a los hombres para que ellos las consuelen de algo inexplicable.”

Las solidaridades misteriosas, Pascal Quignard



Utilizamos el amor como pretexto demasiado a menudo. Para justificar actos que no tienen explicación, para tomar decisiones, para no tomarlas, como excusa para provocar un cambio, como una razón para ser cobardes, para ser valientes. El amor vale para todo porque es un misterio, porque, llegado el momento, reclama una voluntad propia e independiente de los seres que le dieron vida y parece que mute a su antojo.

También yo hago del amor un pretexto para traer aquí algunos títulos que hablan de amor y de algo más, de "ese algo inexplicable" que nos convierte en seres necesitados de consuelo a falta de una respuesta inalcanzable.  

La pasión de Jeanette Winterson

La vida entera de David Grossman

El mundo después del cumpleaños de Lionel Shriver

Todo lo que soy de Anna Funder

Seda de Alessandro Baricco (Rébecca Dautremer acabar de ilustrar la historia para Edelvives)

El sentido de un final de Julian Barnes

Del amor de Alain de Botton

La decisión de Sophie de William Styron

La ecuación del amor de Isabelle Coudrier

Habladles de batallas, de reyes y elefantes de Mathias Enard

El festín del amor de Charles Baxter

La escala de los mapas de Belén Gopegui

Un día es un día de Margaret Atwood

Justine de Lawrence Durrell

miércoles, 5 de febrero de 2014

El camino no elegido

 Camino a Hubbelrath (1969), Gerhard Richter. Óleo sobre tela, 100 x 140 cm.



I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.

The Road not Taken, Robert Frost

A medida que pasa la vida, adquirimos la costumbre de fantasear sobre los caminos no escogidos, sobre los paisajes que no hemos visto, sobre los compañeros de viaje con los que no nos hemos cruzado. También lo hizo el poeta Robert Frost en su día, tan acertadamente que su poema es un clásico que cualquier joven estadounidense ha analizado en clase de literatura. Pero lo cierto es que los últimos versos encierran un misterio: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo/yo escogí el menos transitado/y eso marcó la diferencia”.  
Pero ¿cuál fue la diferencia, señor Frost? ¿Encontró lo que buscaba? ¿En algún trecho del camino elegido deseó regresar al punto de partida? ¿Y lo hizo, señor Frost? ¿Elegimos el camino o él nos elige?
Son preguntas que haría cualquier adolescente al señor Frost si lo tuviera delante. De hecho, son preguntas que me hice otra vez, tantos años después de leer el poema por primera vez, cuando hace unas semanas me encontré delante del cuadro Paisaje cerca de Hubbelrath de Gerhard Richter (*). Richter me llevó al poema de Frost, y el señor Frost a las preguntas de siempre. La diferencia (y no sé si es la diferencia de la que habla Frost en el poema) es que ya no me angustié ante esas cuestiones, simplemente me sobrevolaron un instante y luego se esfumaron en el cielo que cubría el camino hacia Hubbelrath. Lo importante no era escoger uno de los dos caminos; contemplando el cuadro, pensé que tanto daba ir a derecha o a izquierda, lo importante era poder aventurarse, ya fuera tomando el camino señalado o improvisando una ruta nueva.
Al comienzo de este texto no he revelado toda la verdad. De algún modo, Frost sí respondió al misterio nacido de su poema, y lo hizo al final de su vida con palabras que vienen a decir lo que el cuadro de Richter: que no te importe perderte en el paisaje, llegarás a Hubbelrath tarde o temprano, preocúpate solo de que el recorrido sea hermoso.
"Es la vida la que se bifurca como un río que rodea islas, ya sean estas grandes o pequeñas, para encontrarse a sí mismo más adelante y reconocerse.”
[* La exposición Davant l'horitzó, de la que forma parte este cuadro, se podrá visitar hasta el 16 de febrero en la Fundació Joan Miró.]