domingo, 27 de julio de 2014

Hasta que lo pierdes



  Art credit: Susana Herman


No sé cuál es el motivo que lleva a las personas a tener hijos. ¿El amor, la superación de un ritual de paso hacia la madurez, el instinto, el miedo a que la muerte se nos lleve y no dejar nada de nuestro paso por este mundo? 

De los niños y los adolescentes admiro sus ojos nuevos sobre las cosas que han estado ahí desde siempre, su convencimiento de que no cometerán los mismos errores que sus mayores, de que jamás renunciarán a sus sueños, de que tienen en su poder la verdad. El propósito siempre es auténtico e innegociable. A veces les oigo afirmar con rotundidad frases que yo misma pronuncié a la misma edad, de las que nunca me desdije, pero que olvidé con el tiempo. Y, olvidadas como estaban, vuelven a tener sentido al escucharlas en esa voz.

En otras ocasiones también me sale el adulto arrogante que cree estar de vuelta de todo, y estoy a punto de contradecir una de esas afirmaciones por haber comprobado empíricamente su falsedad a lo largo de los años; pero me callo. Esta semana mi sobrino actualizó su estado en WhatsApp: “Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Me pregunté a quién o qué habría perdido, o quién lo habría dejado perder y ahora se arrepentía. Tuve el impulso de decirle que hay personas que no saben lo que tienen, ni siquiera cuando lo pierden. Pero luego me dije que quizá esta sea una norma de los adultos, que no saben ver lo que tienen delante de los ojos, ni son valientes para alargar la mano y tomarlo; que olvidan porque es más fácil que sentir vacío o dolor y reaccionar ante él.

No creo que a mi sobrino le importe que comparta esta pequeña intimidad suya. No me lee, para él estoy muy lejos de saber lo que es la vida. Y quizá tenga razón.

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