Jim Dunbar es la primera persona diagnosticada de llegatardismo
o síndrome de demora crónica, un trastorno que ha condicionado su vida
laboral y sentimental. Una conocida web de ocio y viajes lo ha convertido recientemente
en protagonista de una campaña publicitaria que le reta a llegar a tiempo a unas
inolvidables vacaciones. ¿Lo conseguirá?
En un primer momento, la apuesta me pareció divertida, sobre
todo porque me sentí identificada con el pobre Jim. Desde hace un tiempo, llego
unos 10-15 minutos tarde a cualquier cita, clase, conferencia o reunión, pero, en
mi caso, al contrario que Jim, nunca he perdido un avión o un tren, en el
sentido literal de la expresión. Mi autodiagnóstico es llegatardismo selectivo
inconsciente. Si ahondara en mi psique para averiguar las razones, creo que las
encontraría, y descubriría en qué momento mi reloj interior rompió la esfera del
reloj oficial que rige el mundo.
Con el tiempo he sabido, en el sentido metafórico de la
expresión, qué tren salió sin esperarme o qué avión contemplé elevarse hacia el
cielo sin haber sido invitada al despegue. La vida es así. Subes a otros trenes
y te abrochas el cinturón en el interior de otros aviones, pero echas de menos los
paisajes que ya no verás. Creo que mi llegatardismo tiene que ver con esa
metáfora, y que es una especie de rebeldía inconsciente contra el tiempo y sus
caprichos.
Para continuar en movimiento, para no abandonar la ruta que
vamos dibujando, nos convencemos a medias de la importancia de no rendirnos,
del casual cruce de caminos que diseña nuestras vidas y de que puede que, al
final de nuestra andadura, contemplemos un trazado con sentido. Últimamente recuerdo a
menudo este verso de Antonio Machado: “Hoy es siempre todavía”; me pregunto si
Jim Dunbar lo conoce. Y cruzo los dedos para que, al menos esta vez, Jim llegue a tiempo a su destino.
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