Portada de la publicación Closer
Como ya ocurrió durante el mandato de Nicolas Sarkozy, ese Je ne sais quoi tan francés ha alcanzado las habitaciones
del Elíseo. Los
ocupantes de este palacio sucumben a las pasiones, las primeras damas sufren
crisis nerviosas y los presidentes se enfrentan impávidos a las consecuencias de
sus debilidades.
Paris est chic, de
eso no hay duda. En tiempos difíciles, la gestión política pasa a segundo plano
mientras François Hollande debe decidir quién es la verdadera dueña de su corazón.
Oh, là, là, l’amour! Me imagino a los
parisinos debatiendo en los bistrots y los cafés sobre cuál debería ser la
decisión de François, sobre la belleza de las dos damas en discordia, sobre la justice poètique que recae ahora sobre
la primera dama, Valerie Trierweiller (Hollande dejó a su ex pareja, la dirigente
socialista Ségolène Royal, por ella).
El enero español, en cambio, no está envuelto de esa aura
tan folletinesca, más bien vivimos un comienzo de año un tanto gris. Ni
siquiera l’affaire Cristina de Borbón
levanta esta espesa bruma. En tiempos tan convulsos, las noticias que llegan de
Francia aportan algo de color rosa a este invierno sin fin. Al menos, al otro
lado de los Pirineos la élite política utiliza una prerrogativa cuyos efectos
no se hacen sentir más allá de las fronteras de un dormitorio: l’érotique du pouvoir.
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