Almendros en flor en Japón con el monte Fuji al fondo
"Si la abeja desapareciera de la superficie del globo,
al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas, no hay
polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres."
Albert Einstein
Para los más apocalípticos, el fin del mundo vendrá
precedido de terremotos, eclipses solares y una luna color rojo sangre. Pero me
temo que estas señales bíblicas eran válidas en la Edad Media y no en unos
tiempos en que cualquier fenómeno astronómico-celestial tiene una explicación científica.
Que el mundo se acabará si no ponemos remedio no lo digo yo ni
lo anuncian los cielos, lo dicen las abejas. O así lo interpretan los expertos
ahora que les ha dado por morirse. Y es una lástima que sean las empresas
productoras de almendras de EE.UU (controlan el 50% de la producción mundial)
las que se hayan convertido en portavoces de las colmenas: las abejas,
responsables de la polinización de la flor del almendro, se mueren, y el sector
está en peligro.
Los presuntos culpables: el cambio climático (las lluvias a
destiempo, el frío que se adelanta o no llega), que las vuelve locas; un
parásito llamado varroa, que infestó
a la raza europea importada por Rusia en los años cincuenta y que no conocía de
telones de acero; y un tipo de insecticidas, los neonicotinoides, que afectan al frágil sistema nervioso de las abejas y
las desorienta hasta el punto de no saber cómo regresar a su colmena.
Aunque las causas
son claras y demuestran que el ser humano es el peor vecino imaginable para
compartir el planeta, lo cierto es que las abejas lo abandonan, sin estrépito.
Parecía imposible que el fin del mundo fuera a ser precedido por la paulatina
desaparición de los almendros en flor. Va a resultar que no era el aleteo de
una mariposa en Japón el que podía sentirse al otro lado del mundo, sino la
muerte de una abeja en EE.UU.
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