Islas Eolias. Art credit: Susana Herman
Una nueva isla nace en Japón de la noche a la mañana; en
Sicilia, el volcán Etna ruge de nuevo; de junio a septiembre, Stromboli
recuerda que es una isla en plena adolescencia y reclama su derecho a seguir
creciendo. La Tierra arde y se mueve bajo nuestros pies, como fue al principio
y será cuando ya no estemos.
Mientras tanto, contamos la vida en años, en meses, en instantes
que poco suman al orden del universo. Este año toca a su fin. ¿Cómo lo
recordaremos? En mi entorno más cercano una historia de amor acabó en boda, nacieron seis preciosos bebés, tuvimos
que decir adiós a un joven amigo, hubo alguna que otra ruptura sentimental que
el tiempo dirá si será definitiva, se frustraron amores sin llegar a
consolidarse, no se cumplieron grandes sueños ni se encontraron destinos. Pero ha sido
un año de movimientos, de viajes, de búsquedas, de perdones.
Dos mil trece fue el año de París, de Nueva York, de Stromboli y del
regreso a uno de esos lugares a los que no se debe volver jamás, por haber vivido
en él momentos de felicidad absoluta y perfecta. Pero ya pasó. De entre estos destinos, elijo Stromboli. Porque su nombre evoca un grito de guerra; porque
allí se enamoraron Ingrid Bergman y Roberto Rossellini; porque no hay alumbrado
público; porque cuando se pone el sol, uno puede coger una barca, acercarse a
la Sciara del Fuoco e imaginar cómo fue todo al principio del principio: cuando
solo había tierra, mar y fuego, y el volcán escupía llamas en la más absoluta
oscuridad sin otro testigo que una bóveda estrellada; porque allí, la Tierra
nos recuerda que somos poco y, a la vez, parte de todo.
Feliz 2014