Art credit: Gunnar Smoliansky
Es
extraño el no seguir deseando los deseos. Es extraño
ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró.
ver ondear libre en el espacio todo lo que antes se amarró.
Elegía
primera de Las elegías del Duino, Rainer Maria Rilke
Ese cuento me lo explico a menudo, aun sabiendo que me engaño, como tantas otras veces. Muchísimas. Me pregunto si el problema es no desear lo suficiente, o desear demasiado cosas que desde el comienzo estaban destinadas a ser un no. A estas alturas, lo ignoro.
Con el último objeto de mi deseo todavía en mente, mientras me esfuerzo por verlo desenfocado para que no duela, pienso en una niña que salió el otro día en la tele, a la que le preguntaron si tenía novio. Contestó que sí, pero que él no lo sabía. "¿Entonces tienes novio pero él no lo sabe? ¿Es eso posible?", le preguntó la presentadora, incrédula. "Sí, claro", le contestó la niña con seguridad. Por supuesto. Me hizo recordar la época muy, muy lejana en que tuve varios novios así, en secreto, con todos los ingredientes de una pasión imposible y desgarradora. Y que ellos tampoco lo supieron nunca.
Había mucha sabiduría en eso. ¿Puede que el empeño en materializar los deseos esté sobrevalorado? Recuerdo perfectamente sus nombres y sus caras de entonces, niños todavía, y el amor incondicional y fiel que solo logró disipar el paso de EGB a BUP, una etapa que poco a poco te permitía colarte en la edad adulta, adquirir experiencias y empezar a cometer errores (para aprender de ellos, aunque los errores son lo que son, hacen daño y no sirven para nada).
Y así, error tras error, hasta hoy, que mientras escribo esto he decidido que tengo un novio maravilloso, y que el único problema que le veo a esta relación es que él no lo sabe.